Con uno de los pasaportes más caros del mundo pero que menos puertas abre, los cubanos han recibido con entusiasmo la decisión de Panamá de otorgar una tarjeta para acceder sin visado a ese país, uno de los destinos más ansiados para comprar productos no disponibles en la desabastecida Cuba.
Pese a que su nombre es “tarjeta de turismo”, en la práctica la iniciativa facilita a los isleños, y en especial a los trabajadores por cuenta propia, la llegada al país centroamericano, con la Zona Libre de Colón (ZLC) como la gran beneficiada por el previsible aumento de compradores.
Por un lado, los “cuentapropistas” podrán adquirir los equipos y productos necesarios para sus negocios ante la ausencia de un mercado mayorista en Cuba. Por otro, viajar será más sencillo para los cientos de cubanos que van a Panamá a comprar motocicletas, electrodomésticos y otros enseres para revenderlos en su país.
Dos motocicletas, dos aires acondicionados, un “minibar” y 70 kilos de “misceláneas” como ropa, medicinas y productos de higiene en las maletas es una de las ecuaciones más empleadas por los cubanos que viajan al país istmeño para realizar la importación anual que tienen permitida pagando impuestos en la devaluada moneda nacional -las siguientes se pagan en el equivalente a dólares-.
Con esa operación el cubano amortiza el pasaje de avión y, tras revender lo importado por el triple de lo que le costó, obtiene una ganancia que le permite vivir varios meses e incluso financiar una nueva expedición desde su país, donde el salario estatal no supera los 30 dólares mensuales.
Un aire acondicionado que en la ZLC cuesta 170 dólares se revende en la isla por 650, explica a Efe uno de los cubanos que espera información sobre la tarjeta en el frondoso parque situado frente a la Embajada panameña en La Habana, y que prefiere no dar su nombre.
Según datos de la Autoridad de Turismo de Panamá, 9.063 cubanos ingresaron en 2017 a la ZLC, casi el doble que el año anterior y el triple que en 2013, cuando Cuba eliminó el permiso de salida al extranjero para sus ciudadanos.
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Al calor de las concurridas esperas, en el parque ha florecido una industria de vendedores de refrescos, emparedados y hasta un caricaturista.
“Todo es más barato allí, y el problema es que aquí no lo hay”, añade este joven, que quiere viajar a Panamá a comprar máquinas para su negocio privado de embutidos porque en Cuba “no hay cómo hacer más grande y eficiente el negocio”.
En los primeros cinco días de venta de las tarjetas se concedieron unas 130, en coordinación con los vuelos de la aerolínea Copa, ya que para obtener el documento se debe presentar el pasaje de avión.
“Hay mucho interés”, señaló a Efe el embajador de Panamá en Cuba, Max López Cornejo, quien explicó que el sistema también da una oportunidad a las personas que no pueden acceder a una entrevista para solicitar visado, pues todas las citas están dadas hasta junio del año que viene.
Desde septiembre, Panamá concede 3.000 visas mensuales a ciudadanos cubanos -una población potencialmente emigrante- y ha comprobado que el cien por cien de los que viajan regresa a la isla y no trata de permanecer ilegalmente en el país.
“Confiamos en que los cubanos salgan a conocer Panamá, a hacer turismo, a hacer las compras que requieran para ellos mismos, e igualmente regresen a su país como lo están haciendo hasta el momento”, agregó, y apostilló que el sistema “se va a monitorear”.
Mara Rodríguez, artesana, ya ha viajado a Rusia y Haití, pero cree que poder ir a Panamá facilita las cosas “para que el cubano pueda por lo menos ayudar a su familia, conocer otros países y que nos abran un poquito más para poder seguir buscando nuevas oportunidades”.
“Nos ayuda a los cuentapropistas que no podemos conseguir cosas aquí”, afirma.
En Cuba, la inestabilidad de la oferta, el desabastecimiento y la ausencia de los largamente demandados mercados mayoristas para el sector privado frena el desarrollo de los negocios y obliga a los autónomos a surtirse en la red minorista, en la que “compiten” con el resto de la población para acceder a productos básicos.
Comprar máquinas para hacer helados es lo que lleva a Annier Moronta, cuentapropista desde hace cuatro años, a pedir la tarjeta de turismo, una iniciativa que supone “una oportunidad” para su negocio.
Pero también hay cubanos que ven este sistema como una oportunidad perdida para la isla, por las divisas que se van: “Es una cosa increíble, tal y como está nuestra economía, e inyectando dinero a otro país”, musita un anciano mientras se aleja renegando con la cabeza.