Hasta 15 días después de unas elecciones en las que ha perdido la presidencia de Estados Unidos frente a Joe Biden tras un solo mandato, Donald Trump se ha atrincherado en su rechazo y su reto a los resultados. Físicamente se ha encerrado en la Casa Blanca, de la que en dos semanas solo ha salido para jugar al golf y para un acto en homenaje a los veteranos de guerra y donde se quedará también para Acción de Gracias tras cancelar un plan de celebrar la fiesta en Mar-a-Lago. Políticamente su trinchera son tuits plagados de falsedades, demandas que según la mayoría de expertos tienen escasas posibilidades de llegar a buen puerto y recuentos que incluso en su partido pocos ven con opciones de cambiar los resultados, un foso recubierto por el silencio o la complicidad de cargos y políticos del Partido Republicano.
No es que Trump no esté teniendo un impacto político aún moviéndose en esa “mentalidad de búnker”, la expresión que ha usado en CNN una fuente desde dentro de la Casa Blanca. Su negativa a poner en marcha la transición tiene consecuencias nacionales, no solo para Biden. Su estrategia de asalto a la legitimidad del proceso electoral está asestando golpes que tendrán efectos nocivos duraderos en la democracia de EEUU, incluyendo la confirmada desconfianza de un elevado porcentaje de estadounidenses en que los comicios sean justos. Y con la purga continua de aquellos a los que considera desleales está desarticulando importantes estructuras de gobierno.
El martes, por ejemplo, Trump anunció vía Twitter, como hiciera la semana pasada con el secretario de Defensa Mark Esper, el cese fulminante del director de Seguridad de infraestructuras y ciberseguridad, Christopher Krebs, un antiguo ejecutivo de Microsoft que se había encargado de coordinar con autoridades locales y estatales las elecciones que luego ha definido como “las más seguras de la historia”, había lanzado iniciativas contra la desinformación y ha refutado sistemáticamente las acusaciones infundadas de fraude de Trump. Y su salida y la de otros tres altos cargos de esa agencia del Departamento de Seguridad Nacional cesados en los últimos días ha creado un vacío de liderazgo que se advierte especialmente peligroso en el periodo de transición.
Recuentos y demandas
Con una agenda paupérrima donde la frase más frecuente es “el presidente no tiene actos públicos” y quedando voluntariamente en segundo plano incluso en el anuncio de decisiones trascendentales como el del martes sobre repliegue de tropas en Afganistán e Irak, la mayor parte de la atención de Trump va dedicada, como muestra su desatado Twitter, al reto a los resultados electorales. Y estos no cesan.
Este miércoles su campaña ha anunciado que pagará tres millones de dólares a Wisconsin para que se realicen recuentos de votos en dos condados. Biden ha ganado el estado por más de 20.000 votos y hasta el exgobernador republicano Scott Walker recordaba hace unos días que los dos últimos recuentos en el estado solo movieron los resultados en 300 y 131 votos respectivamente.
Trump tiene también la vista puesta en Georgia y Pensilvania. En el primer estado este miércoles concluye el recuento manual de los cerca de cinco millones de votos y, pese al hallazgo en cuatro condados favorables a Trump de varios miles de papeletas que no se habían contado, se espera que Biden mantenga más de 12.000 votos de ventaja. En Pensilvania, mientras, el martes fracasó una de sus demandas ante el Supremo estatal pero se mantiene viva otra en un tribunal federal. La ventaja de Biden, no obstante, es de más de 58.000 votos.
El escenario improbable pero aterrador
Pese a las grises perspectivas en los juzgados sigue existiendo el miedo a que Trump culmine otra posibilidad, un escenario improbable pero que lanzaría la crisis constitucional: que los republicanos de algún estado con gobierno dividido no respeten la voluntad popular y seleccionen para el colegio electoral a electores pro Trump aunque haya ganado Biden.
Ese fantasma vivió durante unas horas el martes por la tarde, cuando los dos republicanos de una junta electoral en un condado de Michigan se negaron a certificar los resultados alegando inconsistencias entre los registros de votantes y los votos emitidos. Con la certificación bloqueada se abrió un periodo de comentarios públicos donde les llovió un torrencial de críticas por tratar de eliminar los votos de Detroit, una urbe 80% negra, mientras se mantenían los de localidades pequeñas con dos tercios de la población blanca. Finalmente los dos republicanos accedieron a certificar resultados con la condición de que haya una auditoría. Trump, que había celebrado su decisión inicial en Twitter, calló. Este miércoles, no obstante, ha hablado de acoso.
Fuente: El Periódico