Sergio ‘Chello’ Gálvez es un tipo guapo. Cuando estás a su lado, como lo estoy esta mañana, notarás que en su rostro no hay arrugas, que lleva el pelo peinado perfectamente de forma lateral, que cuida su piel, que está bien rasurado, que tiene los ojos claros, y que ha perdido muchas libras. El ‘búfalo sexual’ no es un ogro. Esta mañana, además, lleva los calzados más elegantes que he visto, negros brillantísimos de puntas, un saco negro bien planchado, camisa blanca y corbata roja, todo a la medida. Huele a perfume, huele a flor. Si le quitas, por un instante, todas aquellas cosas que sabemos de él —que es vulgar, que regala lavadoras, que regala billete, que regala jamones— pensarías que es un banquero que disfruta el traje.
Hace treinta años, Sergio Gálvez no estaba para lucir como un ejecutivo metrosexual de 58 años, su padre había perdido su taller donde reparaba televisores y radios, donde vivía con sus hijos, frente al edificio ‘la 15 pisos’, donde antes habían casas de madera, donde hoy hay un parque de juegos para niños. Su padre perdió su casa con la invasión, como la perdieron cientos de personas ese día.
—¿QUÉ RECUERDAS DE ESE DÍA QUE SE QUEMÓ TU CASA?
— Mucha tristeza.
— ¿ESTABAS DURMIENDO ESE DÍA ALLÍ?
— Sí. Cien por ciento.
Sergio Gálvez también había perdido su primera elección en el corregimiento para esos días. De aquellos años complicados queda de constancia una lista de pequeños comerciantes que necesitaban ayuda económica. Yolanda de Varcacía, víctima de esta masacre, me la enseña, la recolectó en esos años para registrar todo lo que pasaba. Allí aparece Sergio Gálvez. Recibió 500 dólares.
A los chorrilleros —revisar el informe de la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos de la OEA (121-18, Caso 10573)— los masacraron tropas, aviones, bombas, helicópteros, los quemaron vivos, los quemaron muertos, los enterraron en fosas, los dejaron morir en la calle, les quitaron piernas, ojos, vidas, hijas, madres, padres, los pulverizaron en familia. No solo el 20 de diciembre, sino el 23 de diciembre, y el 22 de diciembre. A unos les dispararon a la cabeza y a otros al corazón.
El ascenso político de Sergio Gálvez se inicia con esta tragedia: la invasión a Panamá. Semanas después de la masacre, Héctor Ávila, un dirigente exiliado regresó a El Chorrillo desde Ecuador y organizó a la comunidad para pelear por sus bienes, entre esos, sus apartamentos, y cerraron el Puente de Las Américas en varias ocasiones. En aquellos días, el destino de la autoridad local en El Chorrillo era incierto. Torreglosa, el ganador de las elecciones en 1989, falleció en la invasión. Sergio Gálvez —según Ávila— ocuparía la cuarta posición. Un día el presidente de la transición a la democracia, Guillermo Endara, lo invitó al Palacio de las Garzas para pedirle que no cerraran más el puente porque se precarizaba la economía. Ávila dice que camino a San Felipe, en la calle 26 de El Chorrillo, se encontró al hijo del electrónico Nic Gálvez, Sergio Gálvez, vestido con una camiseta y un jeans, e intercambiaron palabras. Gálvez le pidió ayuda con las credenciales que no había ganado. Posteriormente, en la reunión con Endara, Ávila recordaría al joven y le diría al presidente que suspenderían los cierres del puente, pero que ayudara a Gálvez. ‘Pasaron 15 días —dice Ávila— y le dieron la credencial. Él no las ganó, yo se la pedí. Y que me diga que no’.
Antes de ser autoridad, Sergio Gálvez fue institutor. Estudió en el Nido de Águilas en los años en que se discutía la recuperación del Canal de Panamá. ‘No terminó la secundaria’, dice una docente consultada en el colegio. Antes de ser institutor vendió empanadas. Algunos chorrilleros consideran a Sergio Gálvez un hombre exitoso y astuto, pese a su poca educación formal. Lo vieron trabajando en la niñez, en la juventud, vendiendo verduras y plátanos de joven. Lo vieron cuando perdió su primera elección, cuando ganó, cuando Mireya Moscoso lo respaldó, cuando Ricardo Martinelli lo respaldó, lo vieron enriquecerse, y crear una red de trabajo con fondos públicos y fondos privados que hace que el chorrillero tenga un supermercado donde solo pueden comprar ellos a los precios más bajos que existen en todo Panamá y productos de buena calidad. A Sergio Gálvez lo consideran astuto porque ya no es pobre, porque ya no camina por El Chorrillo, porque es parte de la élite política y porque viste, como viste esta mañana, trajes finos y zapatos lustrados.
Y lo consideran exitoso, pese que a ignora el tema más delicado de su historia reciente: la invasión a El Chorrillo. Sergio Gálvez, como nuestros libros de historia, como nuestros padres, es una tumba con este tema. No participa en las marchas del 20 de diciembre. No ha creado ningún centro de apoyo a las víctimas de la invasión en tres décadas. No ha apoyado a la asociación de víctimas de la invasión que condenaron a Estados Unidos por la invasión, y que lo realizaron sin fondos, no se involucró en el proyecto de ley que exigen los moradores de la calle 26 que sufrieron daños en sus viviendas y que no tienen papeles. No lo hizo ni cuando fue presidente de la Asamblea Nacional. Una tarde me topé a la esposa de Torreglosa, el primer muerto de la invasión, y me dijo que jamás participó del tema. Una negra que nos acompañaba agregó: ‘Debe ser que hubo su rebusca’.
Sergio Gálvez, además de comerciante, además de político, además de narciso, es un locutor seductor, que le dice por autoparlantes a sus votantes que es el mejor representante de su historia, de su vida. Sergio Gálvez, según allegados, goza del poder del convencimiento. A Juan Chávez, exactivista, lo sedujo por un tiempo. Trabajó para él, distribuyó comida para él, organizó actividades para él. Chávez quería que el diputado los apoyara con sus apartamentos afectados por la invasión y terminó trabajando con el diputado. Gálvez jamás le cumplió. Cuando se le pregunta a Juan Chávez por qué lo hiciste, dice: ‘Tú le crees. Te dice que te va a apoyar. Que todo va a salir bien’. Chávez es hoy día candidato suplente independiente para representante y pretende con un joven, José Luis Bermúdez, sacar a ‘Chello’ Gálvez de la Junta Comunal de El Chorrillo donde tiene su supermercado operando. El día que conocí a Bermúdez lo acompañaban tres activistas. Se acercó a nosotros y nos dijo que su idea era un plan turístico para la comunidad que incluía a las víctimas de la invasión entre las atracciones. Unos días después de conocer a Bermúdez, su competidor Sergio Gálvez llenaría El Chorrillo de seguidores. Ese día se pasaría una lista de beneficiarios, de personas que recibirían en los próximos días un apoyo económico por respaldar a ‘Chello’. Bore, una víctima de la invasión, fue al evento a anotarse, porque no puede trabajar, porque no puede cocinar, porque necesitaba dinero, pero las activistas del diputado le informaron que no estaba en la lista. Una víctima de la invasión, nuevamente, no era prioridad.
Esta mañana, a varios kilómetros de El Chorrillo, a uno de los diputados más criticados, sus seguidores le aplauden y le gritan ‘Chello’. El diputado camina entre su séquito que le preparó un túnel de banderas para que avance hasta una plaza abierta donde le esperan medios y televisoras. Sergio Gálvez provoca euforias, así como provoca decepciones, en grandes dimensiones. Le he preguntado sobre su padre, y me dice que es un tema que prefiere abordar otro día y que por favor no publique nada. Está concentrado en las palabras que repitió a los medios a su llegada, después de su llegada, y que seguro dirá después en la televisión. Sergio Gálvez procede con guion. Sin embargo, nota que insisto sobre la invasión, sobre lo que dicen las víctimas, sobre cómo los ha ignorado desde que existen. El diputado hace un pequeño alto y responde: ‘estamos trabajando con el gobierno americano para que realmente indemnicen a los chorrilleros’.